Hoy mi profesora de Biodanza, me ha recordado este interesante cuento que nos habla sobre el proceso evolutivo. Crecer muchas veces es doloroso, pero necesario. Sin ese esfuerzo, la mariposa jamás podría volar. La vida nos va poniendo experiencias para que aprendamos de dichas situaciones.
“Todo aquello que no aprendemos por discernimiento, lo hemos de aprender por sufrimiento”. Antonio Blay
Así que en nuestra mano está el poner conciencia a esa situación y disminuir el sufrimiento.
Un día, caminando por el jardín de su casa, un niño se encontró una extraña oruga inmóvil, cubierta por hilos de seda. Tras algún tiempo de observación, descubrió que poco a poco la oruga iba construyendo un capullo a su alrededor.
Con curiosidad e impaciencia fue a preguntarle a su abuelo qué estaba pasando con aquella oruga. El abuelo le explicó que la oruga estaba pasando por un proceso de transformación para convertirse en mariposa. El niño quedó tan fascinado con esta historia que en adelante pasó dos o tres veces al día a mirar aquel capullo tratando de capturar el momento en que la mariposa se liberara.
Pasaron varios días y el niño comenzó a desesperarse porque la mariposa no salía. Impaciente, fue a preguntar al abuelo por qué la mariposa aún no salía. Su abuelo le dijo: “Debes tener paciencia hijo mío, debemos respetar el tiempo que la vida necesita al abrirse paso”.
El día en que la mariposa empezó a salir del capullo llegó y el niño estaba emocionado. La miró forcejear y sacar poco a poco algunas partes de su frágil y delicado cuerpo durante un buen rato hasta que, llegó un momento, en que su progreso hacia la libertad pareció detenerse. Parecía que había llegado hasta donde podía y que se quedaría así, en esa posición semi-aprisionada.
Ansioso por echarle una mano a la pobre mariposa, el pequeño decidió entonces hacer algo para que consiguiera su libertad. Tomó el capullo delicadamente entre sus manos, corrió a su casa por unas tijeras y, con muchísimo cuidado, hizo unos cortes en el agujero que el animalito había abierto.
De esta manera, el insecto pudo liberarse muy fácilmente, sin esfuerzo. Sin embargo, y para sorpresa de su pequeño salvador, un extraño fenómeno empezó a ocurrir ante sus ojos. La mariposa apareció con el cuerpo hinchado y débil y las alas paralizadas, pequeñas y frágiles.
El niño entonces la protegió cuidadosamente en un lugar seguro y esperó durante horas que el frágil insecto ganara fuerza en su cuerpo y sus alas fueran capaces de desplegarse, grandes y con suficiente capacidad para sostener en el aire volando su grácil cuerpo.
Esperó y esperó, pero el tiempo avanzaba y las condiciones del animalito permanecían igual: hinchado, débil, anquilosado, arrastrándose, sin poder volar. Sus esfuerzos por revivirla fueron en vano. La mariposa se quedó así para siempre, nunca pudo volar.
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